14/4/10


—Mira eso —Jacob me interrumpió señalándome a un águila en el momento en que se lanzaba en picado hacia el océano desde una altura increíble. Recuperó el control en el último minuto, y sólo sus garras rozaron la superficie de las olas, apenas durante un instante. Después volvió a aletear, con las alas tensas por el esfuerzo de cargar con el peso del pescado enorme que acababa de pescar—. Lo ves por todas partes —dijo con voz repentinamente distante—. La naturaleza sigue su curso, cazador y presa, el círculo infinito de la vida y la muerte.

No entendía el sentido del sermón de la naturaleza; supuse que sólo quería cambiar el tema de la conversación, pero entonces se volvió a mirarme con un negro humor en los ojos.

—Y desde luego, no verás al pez intentando besar al águila. Jamás verás eso —sonrió con una mueca burlona.

Le devolví la sonrisa, una sonrisa tirante, porque aún tenía un sabor ácido en la boca.

—Quizás el pez lo está intentando —le sugerí—. Es difícil saber lo que piensa un pez. Las águilas son unos pájaros bastante atractivos, ya sabes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario